Darwin y las paradojas del pleno empleo
Durante estas vacaciones un amigo me llamó...
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Rafael Mies
Durante estas vacaciones un amigo me llamó muy preocupado, pues en su empresa agrícola no encontraba temporeros para un campo que tiene en Chile Chico. No le bastó con subir los sueldos a montos impensados y hacer publicidad radial en toda la región. Fue necesario, además, conseguir gente en la zona central y ponerlos en un vuelo comercial hasta el destino final para no quedarse sin cosechar la fruta. Al final del día, los costos de la operación se habían incrementado en tal proporción que se decidió a hacer una racionalización de la planta ejecutiva con el objeto de tener unos costos operacionales razonables.
Esta realidad se ha vuelto un estándar, no sólo en la industria agrícola, también en la pesca, en la construcción y en prácticamente todos los sectores donde hay una alta demanda por mano de obra primaria.
Sin embargo, este supuesto “pleno empleo” en que nos encontramos no es lo que experimentan todos los chilenos que trabajan. Las empresas no sólo requieren de mano de obra de baja calificación; además, necesitan una serie de ejecutivos en los mandos medios y un management profesional que las dirija. Es en este segmento, el de los ejecutivos y profesionales donde el pleno empleo está muy lejos de resolverse. Al contrario, las mismas organizaciones que hacen lo imposible por retener su mano de obra no calificada, muchas veces contratan y despiden a sus mandos medios y gerentes sin mayor reparo o explicación. La tónica actual es quedarse sólo con lo mejor a nivel ejecutivo, los de alto potencial o aquellos que parecen ser irremplazables y que, por cierto, son los más caros. Aunque parezca paradójico este aumento en los costos ha implicado una racionalización de la administración que ha hecho que las empresas se desprendan con mucha facilidad de gente que lleva años colaborando y que a la luz de los desafíos actuales parecen ya no aportar tanto valor.
Una conclusión fácil respecto de este fenómeno es aceptar sin más que éstas son las leyes del mercado, similares a la selección natural que planteaba Darwin, que no es otra cosa que la supervivencia del más fuerte o del portador de los recursos escasos. Sin embargo, una visión darwinista de la empresa no parece ser la mejor manera de concebir el trabajo y la cultura de una organización.
Si las empresas se convierten en lugares de supervivencia del más fuerte, también serán espacios donde aparezca lo peor de la condición humana, como una competitividad exacerbada o la indolencia por el prójimo que no es capaz de seguir el ritmo y que debe dejar su trabajo.
La visión darwiniana de las organizaciones no es sostenible ni para las empresas ni para sus trabajadores, porque al final del día no somos animales sino personas.
Hoy, más que nunca debemos cuidar el capital humano. Las personas no son un bien de consumo que se pueda desechar sin más cuando parecen no aportar a la maximización del beneficio. Ellas son lo más preciado de las organizaciones y las únicas capaces de aportar valor futuro, aunque Darwin sostenga lo contrario.